Ayer tuvimos el placer de contar con Mónica Alario Gavilán en el CIFP Número Uno como ponente en la formación al profesorado. Mónica Alario es una investigadora y experta en violencia sexual y pornografía, Licenciada en Filosofía, Máster en Estudios Interdisciplinares de Género y Doctora Internacional en Estudios Interdisciplinares de Género. Su tesis doctoral ha recibido el Primer Premio de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género en el año 2020. En su libro “Política sexual de la pornografía” se analizan algunos de los mecanismos que colaboran en la reproducción de la violencia sexual contra mujeres y niñas en las sociedades formalmente igualitarias en la actualidad, haciendo especial hincapié en la pornografía.
Que la pornografía se ha convertido en la “educación sexual” de las nuevas generaciones es un hecho innegable. Ahora bien, ¿Qué es lo que encuentran a un clic de distancia los chicos entre los ocho y los once años en las páginas web de pornografía? ¿Cómo repercutirá este aprendizaje en las mujeres y niñas? En el núcleo del libro se sitúa la diferenciación entre sexo y violencia sexual; la reflexión de por qué parte de esta violencia se considera simplemente sexo; la pregunta de cómo es posible que los varones se exciten sexualmente en situaciones que son violencia contra las mujeres y niñas; y, por supuesto, la cuestión fundamental: qué consecuencias tiene para todas las mujeres y niñas que se haga equivaler pornografía y sexo.
Nos habló de la invisibilización de la violencia sexual como violencia, su conceptualización como sexo y su erotización una vez queda conceptuada como tal. También de la construcción de la sexualidad como un terreno atravesado por la desigualdad entre hombres (sujeto) y mujeres (objeto). Incidió en que la ausencia de resistencia activa no equivale a consentimiento y que un consentimiento que no nace del deseo es insuficiente para diferenciar lo que es sexo de violencia sexual.
Como docentes tenemos un papel importante para poder avanzar, como dice Mónica, hacia la construcción de sociedades verdaderamente igualitarias en las que cada persona y, particularmente cada mujer y cada niña, puedan disfrutar, por fin, de su legítimo derecho humano a una vida libre de violencia. La educación es una herramienta fundamental para llevar acabo ese cambio social, para avanzar en la prevención de la violencia sexual y en su erradicación. Para proponer medidas es necesario saber cómo se reproduce y sabemos que la causa última de la violencia sexual es la desigualdad entre hombres y mujeres, por lo tanto, la clave estará en una educación para la igualdad.